¡Dos sillones sirviéndoles de altares!
Los dos niños cogidos de la mano,
de blanco y coronada de azahares
se va a casar Margot con Juan su hermano.
Por infantil y extraña anomalía
que no sé si a los teólogos asombre,
en cura de almas se cambió María
y oficia el acto convertida en hombre.
Es graciosa la novia; su vestido,
entiéndase mejor, el nupcial traje,
es un chal de burato desteñido
cuyos rasgones suplen al encaje.
Las flores que le adornan en la frente,
más que corona semejando venda,
han crecido en los bordes de la fuente
que tiene el jardincillo de la hacienda.
El traje del galán no tiene pero,
es un frac de papel, por mí cortado;
usa en la ceremonia mi sombrero,
bastón de borla y pañolón bordado.
Ni curiosos ni amigos imprudentes
asisten á la boda de que os hablo,
no hay suegros, ni padrinos, ni parientes,
ni la epístola citan de san Pablo.
Con suma sencillez el cura dice:
«Tú serás el marido y tú la esposa.»
Los junta, los contempla, los bendice,
y concluye la fiesta religiosa.
Después, cediendo al poderoso lazo,
con el grave ademán de los señores,
la dama y el galán que le da el brazo
se alejan por los anchos corredores.
-Oigan, les grita el cura femenino,
que no vuelva a mirarlos enfadados
y ellos dicen siguiendo su camino,
¿Enfadarnos? jamás; ¡somos casados!
Espectador que al verlos se enajena
era yo aquella vez, y me entrometo
y pregunto á los héroes de esta escena
sin miedo a que me falten al respeto.
-Ya vi lo que habéis hecho, y necesito
que aquí sin engañarme ni engañarse,
me digan, tú, Margot, o tú, Juanito,
lo que habéis entendido por casarse.
Y en seguida el varón contesta ufano
sin temor á un regaño ni una riña:
-Casarse, ¿no lo ves? es dar la mano
cada vez que se quiere a alguna niña.
Nunca enfadarse ni reñir por nada,
sentarse juntos y jugar contentos,
ir á correr los dos por la calzada
y contarse en la noche muchos cuentos.
-¿Y es la primera vez que te has casado?
y me responde Juan con ironía:
-No, papá; van tres veces, y he pensado
en casarme esta tarde con María!
Al oír esta frase sentenciosa
de la boca infantil de aquel marido,
quedéme enfrente de la humana prosa
en hondas reflexiones sumergido.
El pecado, pensé, vive en lo impuro
de una alma enferma, desgarrada ó seca.
¿Por qué peca el polígamo maduro?
¿Por qué el niño polígamo no peca?