Nací juguete de la vil fortuna
y me acompañan en fatal camino
la negra sombra que bañó mi cuna,
la negra mano que marcó mi sino.
A la luz de brillantes ilusiones
de la horrible verdad vi los arcanos,
y fue mi alma festín de las pasiones
como el cuerpo es festín de los gusanos;
lloré por la esperanza asesinada,
pero tanto creció mi desventura,
que traduje en sonora carcajada
la suprema expresión de la amargura.
Al fin, cansado de mortal quebranto
adopté el estoicismo por divisa:
tanto lloré, que se agotó mi llanto,
tanto reí que se acabó mi risa.
Sin fe, sin juventud, la despreciada
vida infeliz indiferente rueda...
con mi última ilusión evaporada
¿qué me queda en el mundo? ... ¿qué me queda?
Ya no tengo sonrisa ni gemido;
ni amo, ni aborrezco, ni ambiciono,
que en indolencia criminal sumido
hasta mi propio espíritu abandono.
Hora tras hora solitario pierdo
envuelto en bruma de oriental pereza;
es mi goce sufrir con el recuerdo,
entregado al placer de la tristeza.
Pláceme abrir heridas mal cerradas,
contemplando a la espalda de los años,
ilusiones de fuego, sepultadas
en la nieve de horribles desengaños.