Las sombras se han echado a dormir sobre mi soledad.
Mis cielos,
víctimas de invasoras constelaciones ebrias,
se han desterrado al suelo como en bandadas muertas
de pájaros cansados.
Mis puertos inocentes se van segando al mar,
y ni un barco ni un río me carga la distancia.
Sola, desenfrenada en tierra de sombra y de silencio.
Sola,
partiéndome las manos con el deseo marchito de edificar
palomas con mis últimas alas.
Sola,
entre mis calles húmedas,
donde las ruinas corren como muertos turbados.
Soy agotada y turbia espiga de abandono.
Soy desolada y lloro...
¡Oh este sentirse el alma más eco que canción!
¡Oh el temblor espumado del sueño a media aurora
¡Oh inútilmente larga la soledad siguiendo mi ca-mino sin
sol!
Entretanto, la ola,
amontonando ruidos sobre mi corazón.
Mi corazón no sabe de playa sin naufragios.
Mi corazón no tiene casi ya corazón.
Todo lo ha dado, todo...
Es gesto casi exacto a la entrega de Dios.
Entretanto, la ola...
Todo el musgo del tiempo corrompido en un éxtasis
de tormenta y de azote sobre mi ancho dolor.
Tronchadas margaritas soltando sus cadáveres
por la senda partida donde muero sin flor.
Pechos míos con lutos de emoción, aves naufragas
arrojadas del cielo, mutiladas, sin voz.
Todo el mundo en mi rostro,
y yo arrastrada y sola,
matándome yo misma la última ilusión.
Soy derrotada...
Alba tanto distante,
que hasta mi propia sombra con su sombra se ahuyenta.
Soy diluvio de duelos,
toda un atormentado desenfreno de lluvia,
un lento agonizar entre espadas perpetuas.
¡Oh intemperie de mi alma!
¡En qué ola sin nombre callaré tu poema!
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