La tormenta abrasadora
lleva el germen que difunde;
eterno, el sol que se hunde
lleva en sí la nueva aurora.
En la raza vencedora
la nuestra viva se infunde
y estará en cuanto fecunde
su alma regeneradora.
Logrado el feliz concierto,
se alzará sobre su ruina
el templo alegre y abierto...
¡Y, junto a la cruz divina,
resurgirá el pueblo muerto,
con Dios y su alma latina!
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