Hubo un tiempo en que atónito miraba
a una joven, que ardiente idolatraba,
modelo de beldad.
"Te adoro, te idolatro", me decía;
y en su pálida frente relucía
pudor, virginidad.
Y brillaban mis ojos de contento.-
Era su hálito puro mi alimento,
mi concierto su voz;
ero su rostro, su mirar mi encanto;
era su triste y doloroso llanto
mi tormento feroz.
Como la flor en el pantano inmundo
la arrojó el cielo despiadado al mundo
entre angustia y dolor.
Y yo corrí, volé de gozo lleno,
y delirante recogí en mi seno
la ternísima flor.
"Huérfanos somos, sin ningún abrigo,
y pobres, desgraciados, sin amigo;
el cielo nos unió.
Tu serás, dulce prenda, mi consuelo,
y para mí será la tierra el cielo..."
Así la dije yo.
Y ella llorando se arrojó en mis brazos,
y en deliciosos, en estrechos lazos,
anudado me vi.
Y en su seno purísimo y constante,
como en la madre el delicado infante,
tranquilo me dormí.
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