El crepúsculo finge un hervidero
cruento y ardiente... Sobre el mar sonoro
resbala el melancólico y postrero
lampo de sol, como una flecha de oro.
El monstruo llora un rictus de armonías
y al beso de la luz se congestiona,
cual si sangraran en sus ondas frías
las cuatro heridas de Rabí Jeschona.
La ojera del ocaso cobra un vago
violeta-oscuro, dándole al estrago
un capricho romántico de rosas;
la noche muestra toda su fortuna,
y brota, como un pétalo, la luna
envuelta en santidades vaporosas.
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