Encantadora
mía, ten dulzura, dulzura...
calma un
poco, oh fogosa, tu fiebre pasional;
la amante, a
veces, debe tener una hora pura
y amarnos
con un suave cariño fraternal.
Sé lánguida,
acaricia con tu mano mimosa;
yo prefiero
al espasmo de la hora violenta
el suspiro y
la ingenua mirada luminosa
y una boca
que me sepa besar aunque me mienta.
Dices que se
desborda tu loco corazón
y que grita
en tu sangre la más loca pasión;
deja que
clarinee la fiera voluptuosa.
En mi pecho
reclina tu cabeza galana;
júrame
dulces cosas que olvidarás mañana
Y hasta el
alba lloremos, mi pequeña fogosa.
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