¡Qué tristeza tan honda en el paisaje!
Del Norte frío al destructor aliento
suspendióse en el campo el movimiento
y gimieron los troncos y el ramaje.
Ya no hay nidos, ni cantos, ni follaje,
no se escucha un murmurio ni un acento
y apenas, junto al lago tremulento,
se oye graznar al ánade salvaje.
En las regiones de Aquilón desata
su furia y con fragor se precipita,
sin cesar, sin cesar escarcha y llueve;
mientras inmensamente se dilata
desesperante, trágica, infinita,
la sepulcral blancura de la nieve.
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