Estremécese el aura tremulenta
y la tierra, a los húmedos halagos,
sigue, ya sin temor a más estragos,
su fecunda labor, constante y lenta.
Doquier la vida su vigor ostenta:
festonea las lilas y los dragos,
hace brotar los mustios jaramagos,
hincha la yema y el botón revienta.
Al tronco de los Arboles se prende
de la hiedra la azul y verde malla,
que en el bardal su pabellón extiende.
Y, empapada del Eter en las ondas,
del sol al fuego, la capiña estalla
en explosión de pétalos y frondas.
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