Oíd la campanita, cómo suena;
el toque del clarín, cómo arrebata;
las quejas en que el viento se desata,
y del agua el rodar sobre el arena.
Escuchad la amorosa cantilena
de Favonio rendido a Flora ingrata,
y la inmensa y divina serenata
que Pan modula en la silvestre avena.
Todo eso hay en mis cantos. Me enamora
la noche; de los hombres soy delicia
y paz, y entre los árboles cubierto,
sólo yo alcé mi voz consoladora,
como una blanda y celestial caricia,
cuando Jesús agonizó en el huerto.
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