¡Piedad! ¡Misericordia! . . . Fueron vanos
tanto soberbio afán y lucha tanta.
Ay, por nosotros vuestra queja santa
levantad al Señor. ¡Orad, hermanos!
Si oyerais el roer de los gusanos
en el hondo silencio, cómo espanta,
sintierais oprimida la garganta
por invisibles y asquerosas manos.
Mas no podéis imaginar los otros
tormentos que hay bajo la losa fría:
¡la falta, la carencia de vosotros;
la soledad, la soledad impía! . . .
¡Ay, que llegue, oh Señor, para nosotros
de la resurrección el claro día!
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