Erraba por la orilla del malecón desierto,
interpretando el ritmo de la onda bulliciosa.
Las brisas matinales aromaban el puerto,
el alba despeinaba su cabellera rosa.
Y, al rumor apagado de la ronca sonata,
sentí una sangre nueva circular por mis venas,
sangre bermeja digna de un corazón pirata,
o de un moderno Ulises, pescador de sirenas.
Y ansié el himno que rugen los piélagos amargos,
los sueños que impulsaron a los marinos Argos,
la luz que el albo encaje de las espumas dora...
Un Yo nuevo del fondo de mi pecho surgía,
¡y algo de mi alma loca de aventuras partía
en un esquife de oro con rumbo hacia la Aurora!
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