Te había soñado hija de un antiguo mar grave,
en un negro castillo cerca del Rhin azul;
unánimes al ritmo de tu sonrisa suave
charlaban las alondras en fresco abedul.
Tu perfumada sombra cantaban los poetas
(eran los bellos días de Erec y Parsifal)
y tus ojos velados cual obscuras violetas
causaron la locura de un príncipe feudal.
Los nelumbos abrían a tus leves
contactos...
A ti vagaban trémulos cisnes estupefactos
si tus pupilas de oro volvías al jardín...
Los nardos deliraban con tu cutis de
azalia
y un pajecillo rubio que llegara de Italia
mirándote impasible, se suicidó en el Rhin
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