Toda mi inútil gloria no vale lo que el oro
de tu risa o un rayo de tu mirar profundo.
Mujer, carne de nardos y de estrellas, tesoro
celeste que ilumina la conciencia del mundo.
Tú, que haces florecer jazmines en el lodo
y siendo fuente humana das el divino verso,
tienes por arma el llanto, la risa, el beso, todo
lo fragante y lo puro que tiene el Universo...
Mujer, Diosa o Esfinge, mi corazón quisiera
ser una roja acelfa a tu seno prendida,
¡que tu boca –rosado vampiro– me sorbiera
la nostálgica y pura fragancia de mi vida!
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