En este
parque antiguo –¡que tanto se parece,
por su abono
y paz al jardín de mi vida!–
el pájaro
que canta, la flor que se estremece
nos hablan
dulcemente de una edad extinguida.
Sobre todo
hay un sitio –donde un Eros de piedra
dispara
eternamente sus flechas diamantinas–
en que
huelen a carne las hojas de la yedra
y se ven
dulces nombres en las viejas encinas...
Y, a la
anémica luz del crepúsculo lila,
se yerguen
vagas formas de una época lejana...
¡Y la blanca
teoría fantástica desfila
como el
ceremonioso ritmo de una pavana!
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