Aquella
dulce tarde pasaste ante mi vista
soberbia, en
el decoro de tu vestido rosa;
inefable,
irreal, melodiosa, imprevista,
como si
abandonara su plinto alguna diosa.
Y perfumando
la hora de lilas, te perdiste
al fondo de
la calle, cual tras una áurea gasa...
mis ojos te
seguían, con la mirada triste
que lanza un
moribundo a la salud que pasa
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