¡Oh dolor insondable, desolada amargura
de no hallar en la senda ni la flor de un cariño,
y sentirse, al comienzo de la jornada dura,
con cerebro de viejo y corazón de niño!
¡Y que nuestra esperanza haya sido vencida
por la implacable hostilidad del cielo!
!Y el dolor de sentirse cobarde ante la vida,
y la renunciación de todo noble anhelo... !
¡Oh bienaventurados, en verdad, los que ignoran;
y si es de reír, ríen, y si es de llorar, lloran
con la simplicidad de su santa ignorancia!
¡Solo anhelo ser siempre en mis dichas y males,
y vivir la tristeza de los días iguales,
como si el alma hubiera retornado a la infancia!
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