Hay tardes
en las que uno desearía
embarcarse y
partir sin rumbo cierto,
y,
silenciosamente, de algún puerto,
irse
alejando mientras muere el día;
Emprender
una larga travesía
y perderse
después en un desierto
y misterioso
mar, no descubierto
por ningún
navegante todavía.
Aunque uno
sepa que hasta los remotos
confines de
los piélagos ignotos
le seguirá
el cortejo de sus penas,
Y que, al
desvanecerse el espejismo,
desde las
glaucas ondas del abismo
le tentarán
las últimas sirenas.
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