Muda a mis
ruegos, impasible y fría,
en el sofá
de rojo terciopelo
un pálido
jazmín hecho de hielo
tu
enigmático rostro parecía.
La hostia
solar, en roja eucaristía,
se ocultaba
en el mar; y, al dulce cielo,
el divino
Chopin su desconsuelo
en un
sollozo trémulo decía.
Y cuando,
por oír esa palabra
que eternos
lutos o venturas labra,
te hablé de
tu desdén y mi agonía,
con ademán
de reina mancillada
me clavaste
el puñal de tu mirada,
muda a mis
ruegos, impasible y fría.
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