Tules de
nieblas sobre las campañas
velaban los
contornos de la quinta
y ascendía,
en la tarde de aúrea tinta,
la égloga
suspirante de las cañas.
Desenrrollaba
su monstruosa cinta
la negra
procesión de las montañas
y evocaba el
temblor de tus pestañas
nuestra
felicidad por siempre extinta.
Entre las
sombras, un gemir de esquilas
anunciaba
las horas dolorosas...
vagaron por
el prado tus pupilas...
Y, a punto
de elevar sus oraciones,
tus labios
se encendieron con las rosas
divinas de
las Transfiguraciones.
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