La seda de
tus lánguidas pestañas
a proteger
tus ojos descendía,
ante la
encantadora bicromía,
de las
aristocráticas arañas.
Un solemne
mutismo de campañas
al Vesper,
nuestras almas invadía;
y, de
súbito, habló la melodía
con un
dulzor de pastoriles cañas...
Para
escucharla, se detuvo el viento...
a la maga
caricia de su acento,
vibró tu
carne de escultura, viva;
la noche se
durmió en tu cabellera
y, besando
las lilas de tu ojera,
se perfumó
una lágrima furtiva...
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