Convaleciente
de aquel mal extraño,
para el que
sólo tú sabes la cura,
como un
fugado de la sepultura
me vio la
tarde, fantasmal huraño.
Segó mis
dichas la Malaventura
como
inocente y cándido rebaño
y bajo la
hoz de antiguo desengaño
agonizaba mi
fugaz ventura...
Cual
destrenzada cabellera cana
la llovizna
ondeó tras la ventana...
Y aquella
tarde pálida y caduca
sentí en mi
dulce postración inerte
la bella
tentación de darme muerte
tejiéndome
un cordel con tu peluca.
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